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lunes, 12 de septiembre de 2011

Traumas infantiles...


La aversión a la cebolla y la antipatía por los vegetales porque en algún momento los padres decidieron que la libertad y el libre albedrio son cosas de menor importancia, y elegir a la hora de comer no es posible, son algunos de los traumas infantiles que nos persiguen toda una vida.

El miedo a la oscuridad, el miedo a la luz, a la luz pública, a hablar en un auditorio, a presentarnos en sociedad; porque los seres humanos nacemos malvados y desde pequeños nos dedicamos a ridiculizar a los demás.

El pavor al silencio, sobre todo al silencio incomodo. La imposibilidad de quedarse calladas por un minuto que tienen algunas personas, o de parar de hablar de sí mismos. Traumas infantiles. La afiliación al poder, el jugar a ser dios, el jugar con la vida de las personas que lo hacemos todos; no son más que las dilaciones de nuestro niño interno, el solaz que nos quedo pendiente.

Querer irse del país no es más que el brillo inconsciente de nuestra infancia Hollywoodense, en América los sueños sí se hacen realidad. Soñamos con el orden y la disciplina de Europa, cuando sabemos que no somos así. Anhelamos no ser tercermundistas, aún así ejercemos un falso patriotismo.

Las embajadas están llenas para pedir Visas.

Trauma infantil descubrir que la batalla de Boyacá se dio en un puente que vadea un arroyo que puedes cruzar de un salto. Trauma el de nuestros historiadores que lo quieren hacer ver como algo memorable. Eso y un florero roto.

El mayor trauma infantil es nuestra incapacidad de ejecutar. Toda una mitad de existencia tu madre haciéndote la vida, la otra mitad la pasas buscando quien te la siga haciendo.

1 comentarios:

Unknown dijo...

Como siempre diste en el punto. Increible como cosas tan sencillas y retorcidas puedan hacer un pare y siga en nuestras pequeñas mentes

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